Cada vez que se acerca la celebración por la iglesia católica de la denominada semana santa, aparecen las noticias sobre las dificultades que tienen las cofradías para sacar los pasos en procesión, por las dificultades económicas derivadas de las tardías subvenciones públicas.
No entiendo por qué las administraciones públicas, en un Estado aconfesional, han de aportar dinero público para el ejercicio de un derecho, el de la libertad religiosa, fundamentalmente privado. La excusa de que además de una celebración religiosa es un atractivo turístico me parece bien, pero el botellón también es mundialmente conocido y los grupos de jóvenes que lo practican no piden subvenciones, además de que son arrojados al extrarradio para dar cumplimiento al mandato de que ojos que no ven…
Aun con esa excusa, las cofradías deberían ser autosuficientes para poder sacar los pasos en procesión, y, si no, que estudien, que seguramente habrá mucho listo entre los hermanos mayores, fórmulas para financiarse.
Las ciudades desde cuyos ayuntamientos se ayuda mal que bien al mantenimiento de, si se quiere, esa tradición de una confesión religiosa, deberían valorar, sinceramente, hasta qué punto merece la pena su mantenimiento y la aportación de fondos públicos.
Las celebraciones de la llamada semana santa están cada vez más sujetas a cuestiones económicas (pagar a bandas de música, en algunos pueblos y ciudades a pagar a saeteros, carteles, guías…) que deben interferir, sin duda, en el ejercicio privado de la libertad religiosa.
Sin embargo, entendida la semana santa como un elemento de promoción de ciudades y pueblos, los ayuntamientos se ven obligados a ayudar en lo que pueden, como pueden y cuando pueden a su celebración. Con aportaciones directas en modo de subvenciones, como en aportaciones indirectas (cortes de calles a cargo de las policías locales, apoyo de orden seguramente con horas extras por parte de agentes, y otras muchas pequeñas cosas más que son cuantificables).
Pero ¿Por qué las cofradías, con unas directivas formadas por sabios en la materia, no se plantean la obtención de otras fuentes de ingresos? Hace poco, un grupo de propietarios de terrenos, buscando su mejor negocio (es decir, hacerse ricos) llegaban a pedir por escrito al Ayuntamiento que esos terrenos se incluyeran en el planeamiento para que así la amada patrona de la ciudad tuviera lo que mejor se merece. ¡Coño! Si tanto la queréis y tanto se merece, no hagáis negocio con los terrenos, regaládselos. ¡Hasta podíamos llegar!
Si tan bueno es el negocio de la semana santa para el turismo de la ciudad, para la hostelería, por qué no se consiguen entre todos los beneficiarios (hoteles, hostales, restaurantes, cafeterías, bares, tascas…) esos recursos económicos.
Que la hostelería, beneficiaria inmediata del negocio turístico que aporta la celebración de la semana santa, aporte a modo de patrocinio su apoyo económico no estaría mal. Pero ver a conspicuos cofrades, que, al mismo tiempo, tienen boyantes negocios hosteleros, desfilando a mayor gloria de su caja diaria, chirría un poquito.
No entiendo por qué las administraciones públicas, en un Estado aconfesional, han de aportar dinero público para el ejercicio de un derecho, el de la libertad religiosa, fundamentalmente privado. La excusa de que además de una celebración religiosa es un atractivo turístico me parece bien, pero el botellón también es mundialmente conocido y los grupos de jóvenes que lo practican no piden subvenciones, además de que son arrojados al extrarradio para dar cumplimiento al mandato de que ojos que no ven…
Aun con esa excusa, las cofradías deberían ser autosuficientes para poder sacar los pasos en procesión, y, si no, que estudien, que seguramente habrá mucho listo entre los hermanos mayores, fórmulas para financiarse.
Las ciudades desde cuyos ayuntamientos se ayuda mal que bien al mantenimiento de, si se quiere, esa tradición de una confesión religiosa, deberían valorar, sinceramente, hasta qué punto merece la pena su mantenimiento y la aportación de fondos públicos.
Las celebraciones de la llamada semana santa están cada vez más sujetas a cuestiones económicas (pagar a bandas de música, en algunos pueblos y ciudades a pagar a saeteros, carteles, guías…) que deben interferir, sin duda, en el ejercicio privado de la libertad religiosa.
Sin embargo, entendida la semana santa como un elemento de promoción de ciudades y pueblos, los ayuntamientos se ven obligados a ayudar en lo que pueden, como pueden y cuando pueden a su celebración. Con aportaciones directas en modo de subvenciones, como en aportaciones indirectas (cortes de calles a cargo de las policías locales, apoyo de orden seguramente con horas extras por parte de agentes, y otras muchas pequeñas cosas más que son cuantificables).
Pero ¿Por qué las cofradías, con unas directivas formadas por sabios en la materia, no se plantean la obtención de otras fuentes de ingresos? Hace poco, un grupo de propietarios de terrenos, buscando su mejor negocio (es decir, hacerse ricos) llegaban a pedir por escrito al Ayuntamiento que esos terrenos se incluyeran en el planeamiento para que así la amada patrona de la ciudad tuviera lo que mejor se merece. ¡Coño! Si tanto la queréis y tanto se merece, no hagáis negocio con los terrenos, regaládselos. ¡Hasta podíamos llegar!
Si tan bueno es el negocio de la semana santa para el turismo de la ciudad, para la hostelería, por qué no se consiguen entre todos los beneficiarios (hoteles, hostales, restaurantes, cafeterías, bares, tascas…) esos recursos económicos.
Que la hostelería, beneficiaria inmediata del negocio turístico que aporta la celebración de la semana santa, aporte a modo de patrocinio su apoyo económico no estaría mal. Pero ver a conspicuos cofrades, que, al mismo tiempo, tienen boyantes negocios hosteleros, desfilando a mayor gloria de su caja diaria, chirría un poquito.
Vale.
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