Desde que en las elecciones de 2003, la derecha cacereña acuñó el eslogan “cacereño de toda la vida” para, de modo xenófobo, defender su candidatura frente a la encabezada por Carmen Heras, del PSOE, la prensa local y demasiados opinadores consideran que ser eso, “cacereño de toda la vida” es sinónimo de defensa de los intereses de la ciudad en mejor medida de lo que pueden hacerlo quienes son, sencillamente y llanamente, ajenos.
En realidad, esa concepción “catovi” no es más que la muestra falsamente idealizada de un complejo que arrastra sin capacidad de reacción la derecha localista cacereña. Una derecha rancia, apoyada en su conformación por la superstición, la superchería y unos complejos de inferioridad dignos de análisis psicológico.
La derecha cacereña basa su fundamento ideológico en unos símbolos sin entidad política o filosófica, sino religiosos.
En la práctica, esos catovis, esos cacereños de toda la vida son catetos cacereños de toda la vida, cuya única referencia política son los símbolos religiosos, una iconografía antigua, carente de cualquier reflexión crítica, de cualquier análisis de pensamiento.
Cuando cualquiera, sea natural de Cáceres o importado, critica el catetismo integrista de esos que no van a ver a la virgen cuando la traen a la concatedral, sino que van a ser vistos por los demás y a ejercer el cotilleo puro y duro entorpeciendo el paso en la calle Pintores, se abalanzan sobre él hasta despezadarlo.
Esos cacereños de toda la vida, que no lo son tanto, que no pueden presumir de serlo más allá de una generación (esa es otra), no tienen reparos, como sucede en la empalagosa y antigua crónica de cotilleos que se publica domingo a domingo en El Periódico Extremadura, de ensalzar, como se hace hoy (http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/noticia.asp?pkid=499473), el papel represor que jugaron en el apoyo al golpe militar del general bajito. Bajito de talla como esos catetovis lo son de ideas y de capacidad crítica.
Un detalle: nacer en la calle de la Pulmonía, criarse en el barrio de la Teta Negra y jugar en la Cerca de las Retamas no son más que una circunstancia, que no dan lugar a ser localista en el sentido más xenófobo del término, aplicable a quienes sin reflexión alguna se abrazan a él con más obscenidad que sinceridad.
Vale.
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