miércoles, 18 de mayo de 2011

Acampados el 23M

Las protestas que eclosionaron el pasado 15 de mayo, y que han continuado con múltiples acampadas en diversas ciudades, están teniendo la virtud de movilizar conciencias políticas, aunque todavía débilmente, ya que estamos en la última semana de una campaña electoral en la que, según las encuestas, el avance de la derecha parece fijarse.
Por ello, y como los partidos (salvo minoritarios sin capacidad de respuesta eficaz que canalice las demandas que se plantean en las acampadas) no están en la línea de atender las peticiones de los indignados, nos veremos abocados a una jornada electoral atípica, y cuyos resultados, seguramente, también podrán leerse en clave de #indignados o #acampadasol.
Sí pueden entreverse, a mi juicio, dos efectos que ya se están apreciando: un aumento de la abstención (que podría denominarse abstención crítica) y un aumento de la dispersión del voto de la izquierda como consecuencia del #nolesvotes. Por otra parte, en el escenario electoral, no se observará ninguna incidencia en la abstención “por la derecha” ni afectará a la derecha ningún tipo de dispersión electoral.
En cualquier proceso electoral en España siempre se ha determinado que el aumento de la abstención ha perjudicado los intereses electorales de la izquierda, ya que sociológicamente los apoyos son de más débil enlace. Nunca la derecha en España ha sufrido consecuencias del desencanto, que es un concepto acuñado exclusivamente para la izquierda. Ahora, el desencanto, la indignación de los jóvenes (mayoritariamente son jóvenes los que engrosan las acampadas) se traducirá en un incremento de la abstención. Los resultados de las elecciones del domingo probablemente lo atestiguarán.
En cuando a la llamada #nolesvotes, dirigida contra los partidos mayoritarios que apoyaron la Ley de Sostenibilidad (incluyendo la llamada Ley Sinde), se traducirá, sin duda, en una dispersión del voto de la izquierda. Al igual que con la abstención, hasta que los resultados electorales no estén terminados, no sabremos en qué cuantía se traducirá esa dispersión.
Conseguirán, por tanto, sus objetivos: incrementar la abstención sobre un modelo político que consideran que les ha abandonado y dispersar el voto. Pero lo conseguirán en una sola dirección.
Cuando amanezca el 23M, si continúan las acampadas, esos indignados, cientos, miles, tendrán un trabajo que hacer, un trabajo que hasta ahora no se han planteado. ¿Y ahora, qué? Si sus objetivos se concentran en daño electoral a la izquierda, esto es, al PSOE, y si la derecha vota fiel y unida como hace siempre ¿cómo van a canalizar, y cómo, sus reivindicaciones? ¿Qué referentes o contrapartes tendrán o conseguirán en quienes han sido los perjudicados por sus acciones?
Es de esperar de gentes que parece que tienen gran capacidad de juicio y de acción que planteen alternativas reales. Y que planteen cómo conseguirlas, sabiendo, además, que consecuencias tendrán en el futuro. Baste un ejemplo. Pretenden que se modifique la Ley Orgánica de Régimen Electoral porque, dicen, perjudica a los minoritarios. Eso mismo, cuando les interesa, dicen los medios de la ultraderecha poniendo el ejemplo de Izquierda Unida, que, con mayor número de votos en todo el Estado, tiene menos representación que partidos nacionalistas. Se olvidan del artículo 68 de nuestra Constitución, que consagra el régimen proporcional en el recuento de votos, y que determina que la circunscripción electoral es la provincia. O lo que es lo mismo, esos acampados e indignados, para conseguir la reivindicación de cambiar el sistema electoral, la LOREG, han de conseguir que se modifique la Constitución. Desde el 23M hasta que se convoquen las próximas generales pueden pasar 10 meses, plazo insuficiente para ello y plazo más que suficiente para que, en su empeño, consigan que la derecha, si gana el próximo domingo, se asiente en el poder.
Cambiar el modelo electoral eliminando la ley D'Hondt por un sistema de proporcionalidad pura es una opción. Por supuesto,
También plantean, según sean los portavoces que intervienen en los medios, que vayamos a un sistema de listas abiertas. Lo plantean como el instrumento más perfecto de elegir a nuestros representantes. Pero se olvidan de que es el más injusto. Las listas abiertas requieren que los concurrentes a las elecciones prácticamente tengan que costearse sus propias campañas electorales. O lo que es lo mismo, podrán concurrir a las elecciones quienes tengan más capacidad económica. Seguramente no se lo han planteado, pero de entre los acampados los habrá que sí puedan, pero la inmensa mayoría, con un sistema de listas abiertas, nunca podrían ser elegibles. Y si se lanzaran a una campaña electoral perderían por ausencia de medios. Como utopía, está bien. Como realidad en un país como el nuestro, donde cada ciudadano ha demostrado en los últimos 10-15 años que lleva un especulador (económico) dentro, me parece que no tiene mucho recorrido.
He intentando analizar a quién benefician estas acampadas legítimas, necesarias. Y no encuentro más respuesta que benefician, claramente, a la derecha, que ahora no viene, que ahora, con la situación en la que estamos, viene para quedarse mucho tiempo. José Miguel Monzón terminaba su columna el pasado domingo en Público con una frase: “luego será tarde”. Para la mayoría de los indignados la derecha será la mano que les estará meciendo la cuna muchos años.
Vale.

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