domingo, 31 de enero de 2010

Dogmas y sectas

La creciente vinculación política entre la jerarquía de la Iglesia Católica y la derecha española (en realidad, la extrema derecha), con un importante seguidismo de esta vinculación por parte de gran número de católicos, espoleados por los medios de comunicación afines, hace que en gran número de ocasiones, los comportamientos verbales de jerarcas eclesiásticos o dirigentes políticos estén más próximos a las respuestas defensivas de las sectas, en su concepto general, que a criterios de debate y contradicción de argumentos.

La religión, en su concepto general, responde entre otras muchas posibles causas, a la necesidad de los individuos de buscar respuestas a hechos o situaciones que les resultan incomprensibles y que en estos tiempos se producen con tanta rapidez que es mejor acudir a elementos no medibles en términos de análisis antes que racionalizarlos. En la práctica, gana cada vez más fuerza aquella definición de Jaume Perich: “fe es creer lo que no vimos”. Los dogmas, las verdades de la iglesia católica no solamente son elementos de fe para quienes los creen, sino que son excluyentes de cualquier otra posibilidad y su puesta en contradicción es visceralmente respondida.

Algo parecido viene sucediendo con muchas de las posiciones que defienden, con los mismos estigmas dogmáticos, muchos grupos ecologistas. En el baúl del cambio climático caben muchas posiciones que consideran irrenunciables e irrebatibles. Es evidente que la acción del individuo y de la propia sociedad son causa de los cambios que suponen, en su conjunto, una amenaza de futuro. El cambio climático es un hecho científicamente demostrado, pero ello no posibilita que en su nombre, los grupos ecologistas pretendan, a cualquier precio, imponer sus criterios.

Un ejemplo paradigmático de estos comportamientos sectarios y dogmáticos de los grupos ecologistas lo tenemos en su feroz (y costosa, económicamente) campaña en contra de la construcción de una refinería de petróleos en Extremadura. Para ellos, la refinería en Extremadura se ha convertido en el paradigma de su cruzada (en sentido material y en sentido espiritual). Sin embargo, olvidan, de modo interesado (¿qui prodest?), que en nombre de la lucha contra el cambio climático, los mayores costes sociales, políticos y demográficos no los pagaremos los países del denominado primer mundo, sino los países del tercer mundo. En nombre del cambio climático, provocado básicamente por esos países del primer mundo, se están imponiendo recortes que perjudican desarrollos futuros de quienes no han alcanzado ni siquiera a entrar en “vías de desarrollo”.

Es inaudito que mientras con dogmatismos sectarios se ataca el proyecto en Extremadura, esos mismos grupos ecologistas adopten posiciones solamente testimoniales ante la ampliación de la refinería de Petronor en Muskiz, Vizcaya, o de Cepsa en Huelva.

Del mismo modo que las actitudes dogmáticas y sectarias de la jerarquía de la iglesia católica y de los medios de comunicación que las jalean benefician políticamente (y buscan ese beneficio político en una sociedad de socorros mutuos con la derecha) a quienes son su correlato sociopolítico, las actitudes dogmáticas y sectarias de grupos ecologistas en contra del proyecto extremeño benefician a realidades ya existentes, sin considerar que el cambio climático, en su conjunto, es más atribuible a éstas que a los efectos que la puesta en marcha de la refinería extremeña pudiera generar.

Vale.

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