sábado, 9 de enero de 2010

Descargas

Ahora que internet se ha convertido en un mundo con vida propia gracias a las propias vidas de todo aquello que circula por las redes que se entrelazan y que reparten información, conocimientos, diversión, delitos, falta... en todas direcciones, ahora, más que nunca, el común de los ciudadanos (es decir, todos) manejamos algunos conceptos que, en sí mismos, tenían otros significados, distintos de los que entendemos.

Descargar es bajar de un medio de transporte (tren, barco, camión, avión...) productos de cualquier tipo. Una descarga eléctrica es un peligro para quien está cerca de una fuente de energía. También las descargas eléctricas eran (y en muchos lugares, siguen siendo) un “método” de curación de enfermedades mentales, incluida la homosexualidad, cuando era considerada (como aún hace la Iglesia Católica) una desviación, una enfermedad.

En el mundo, nuevo, de internet, descargar es obtener un contenido de la red, cualquiera que sea su ubicación, siempre que el software que se utilice lo permita. Si el contenido que se descarga está protegido por derechos de autor, plantea un conflicto. Un conflicto fundamentalmente de carácter económico.

Sin embargo, el conflicto entre derechos de autor, descargas de internet y consumidor final (internauta que, disponiendo de las conexiones y el software adecuado) produce un artificio de debate que podría comprenderse mejor si aplicamos al concepto de descarga una de las acepciones del diccionario de la RAE o, mejor dicho, si aplicamos en este conflicto el uso que del término descarga se hace en arquitectura (tercera acepción del diccionario de la RAE): “aligeramiento de un cuerpo de construcción cuando se teme que su excesivo peso la arruine”.

El excesivo peso de la fama, que en los sectores más beligerantes de la defensa de los derechos de autor, es una cuestión económica, disfrazada de “derechos de autor”, debe aligerarse, debe repartirse entre todos los elementos que sustentan el edificio de la creación.

Creo que si los creadores entendieran que internet no es un espacio de guerra, de conflicto, sino una inmensa llanura llena de posibilidades para sus creaciones, un edificio en construcción permanente, y, de momento, de volumen indefinido, cuando no infinito, comprenderían mejor que el “aligeramiento de un cuerpo de construcción cuando se teme por su excesivo peso la arruine” les permitirá conocer el alcance de lo que hacen, y les permitirá, también, conocer qué camino de creación les será más propicio para el futuro.

Vale

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