La gran importancia de los cientos de miles de cables diplomáticos publicados por diversos medios, escogidos, tras su obtención por Wikileaks, abre múltiples debates. Sobre la seguridad de las redes públicas, sobre la seguridad de la información sensible de los gobiernos (Wikileaks parece que publicará información sobre bancos), sobre el propio contenido de los cables y el funcionamiento de la diplomacia internacional. Poco a poco, también va tomando algo de fuerza, poca, es verdad, el debate sobre el periodismo de investigación.
Como mi blog es en castellano y mi interés personal está en mi país, me referiré a lo que pomposamente se llama periodismo de investigación, que salvo honrosas y muy importantes excepciones, no es más que un mercadeo económico para pagar confidentes, chivatos y similares. En muchos casos, ese presunto periodismo de investigación vende mercancía averiada y otras la mercancía no es más que el chantaje del chivato de turno. Ejemplo de esto último es el fabuloso ejercicio de autobombo de Jatapedro con sus pagos (¿con IVA o sin IVA?) al policía que “trabajó” en el Batallón Vasco Español y después le cambió el nombre a la franquicia. Aquello no era periodismo de investigación.
Ahora, Wikileaks, una organización (¿inocente, ingenua, altruista?) que ha designado determinados medios de comunicación (New York Times, The Guardian, Le Monde, El País...) para dar publicidad a los miles de cables diplomáticos que ha obtenido. La fuente de los documentos publicados no ha sido obtenida por El País ni ninguno de los otros medios elegidos, ha sido obtenida por Wikileaks sin que se tenga la más mínima idea de cuánto ha pagado Wikileaks a dichos medios (por supuesto, la entrega no ha sido gratuita, no es creíble), ni tampoco cuál ha sido el medio de obtención por la red sueca, ni cuánto ha pagado por la información (tampoco es creíble que la haya obtenido hackeando páginas web, porque el agujero ya habría sido tapado por los administradores de las páginas presuntamente violadas).
No se trata en modo alguno de matar al mensajero (creo que la información que se publica es muy importante para los ciudadanos a los que nos interesa cómo se ejerce el poder y cuáles deben ser sus límites y sus contrapoderes). Pero la opacidad de Wikileaks parece total (un ejercicio notable de periodismo de investigación sería, precisamente, poner negro sobre blanco, cómo funciona ese portal, cómo y quien lo administra, cómo y quién añade información al mismo...) y en materia de ejercicio del poder la transparencia ha de ser un valor frente al oscurantismo, y también debe serlo en la prensa (o debería serlo desde el punto de vista romántico, pero los medios de comunicación, como Wikileaks o El País, The New York Times, Le Monde, son empresas, y las empresas no son nunca románticas: están para ganar dinero).
La sensación que se obtiene de cómo se ha producido la filtración desde Wikileaks a medios seleccionados, del contenido de los mensajes, del oscurantismo del filtrador, no es otra que una cuestión superficial, banal. En realidad, este asunto se ha hecho estallar para dar validez absoluta y universal a una afirmación pocas veces probada como en este: el medio es el mensaje.
Wikileaks, el medio, transmite el mensaje de que a través de la red puede destruirse lo que se quiera, u obtener todo el poder que se quiera.
Al final, Wikileaks se ha convertido en el primero Rosebud potente de la era digital. Nada más, no hay nada más allá.
Vale.
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