Las ciudades no son
solamente edificios y calles o plazas, son, sobre todo, las personas
y sus actividades, sus relaciones personales y comerciales, su
trabajo, cuando lo tienen. Y si una ciudad camina hacia su inanidad,
la desaparición de relaciones comerciales, de trabajo, son un
síntoma claro.
Recientemente, en
#Cáceres se ha producido el traslado del mercadillo de venta
ambulante dese Ronda de la Pizarra hasta la urbanización Vegas del
Mocho. Desde una vía urbana consolidada hasta un conjunto de calles
de un sector de suelo urbanización pero sin desarrollar, víctima de
la crisis inmobiliaria. Cuando hace ya años se produjo un traslado
desde Camino Llano a la Ronda de la Pizarra, los vendedores
ambulantes, un buen número de puestos de trabajo, pensaban que el
llamado “mercado franco” tenía los días contados. Sin embargo,
enseguida se afianzó en su nueva ubicación. Con el tiempo, un grupo
de vecinos, ha ido planteando sucesivas quejas por las molestias, un
día a la semana, que causa la llegada de los vehículos de los
vendedores, la descarga de mercancías, la colocación de los
puestos... sin éxito. Hasta que dieron con la excusa perfecta: la
seguridad. Y con esa excusa consiguieron que se produjera un nuevo
traslado.
Las informaciones que se
vienen produciendo acerca de un declive progresivo y acelerado del
mercado franco en Vegas del Mocho se unieron, al poco, con la puesta
en marcha de un mercado de venta ambulante privado en un polígono
industrial.
La realidad, por otra
parte, parecer que va siendo otra: las ventas del mercado franco, del
mercadillo de los miércoles disminuyen a marchas forzadas, al igual
que la ausencia de vendedores. Para algunos, el mercadillo va
teniendo los miércoles contados.
La realidad, también, es
que el mercado ambulante privado de los sábados no termina de
producir los efectos deseados: los vendedores no obtienen los
beneficios necesarios y los precios por asentamiento se comen esos
beneficios. La rentabilidad para los vendedores, para la mayoría de
ellos, es inexistente y rehúyen acudir.
Los sábados, desde hace
muchos años, se ha venido celebrando un mercadillo en Aldea Moret,
en la calle Río Tíber, que, en sus buenos años, llegó a alcanzar
los 50 ó 60 puestos. De ese mercadillo hoy son escasamente entre 10
y 12 los vendedores que instalan sus tenderetes. La mitad de frutas y
verduras, el resto, calzado, textil, un puesto de bisutería y uno de
alimentación. Son vendedores que tienen clientela fija en el entorno
de esa calle.
La venta ambulante, en
una región tan dispersa como Extremadura, ha sido siempre un buen
nicho de puestos de trabajo. Que la segunda ciudad de la región
termine por no acoger el mercadillo de los miércoles supondrá un
durro golpe, ya lo está siendo, para un buen número de autónomos.
El traslado del
mercadillo desde la Ronda de la Pizarra hasta las Vegas del Mocho se
ha demostrado un fracaso. Los responsables de ese traslado deberían
analizar alternativas para que la venta ambulante, que ofrece a los
consumidores precios muy asequibles (de ahí su éxito cuando no es
yugulado) no desaparezca de la ciudad. Y para que los puestos de
trabajo que genera no se terminen, como otros muchos, perdiendo
cuando la inoperancia de las decisiones políticos los cercena.
Visitando el mercadillo
de Aldea Moret, mejor dicho, los 12 puestos que había, colocados
como setas dispersas donde antes había 50 o más, el análisis de la
geografía urbana permite adoptar muchas soluciones. Las quejas, los
lamentos de los escasos vendedores que hoy habían acudido a la calle
Río Tíber, requieren una escucha activa y proactiva por parte de un
Ayuntamiento ausente de la búsqueda de soluciones para el desarrollo
de la ciudad.
Claro que hay soluciones
y variadas. La primera, buscar una ubicación mejor para el
mercadillo, para ayudar a un buen número de trabajadores, los
vendedores ambulantes, y, la segunda, para ayudar a que los precios
de productos básicos, frutas, hortalizas, y otros muchos que se
ofrecen en este tipo de mercados sean asequibles para muchos
ciudadanos.
Y caben alternativas,
muchas y variadas, pero estas alternativas, al menos ahora, deben ser
ofrecidas por los responsables políticos, escuchando a vendedores
ambulantes, vecinos y consumidores en general. Pero una de esas
alternativas puede concluir con un mercadillo semanal, los sábados,
de antigüedades, arte, libros... en la Plaza Mayor.
Una ciudad también
termina muriendo, cerrándose, cuando cierra las puertas a la
relaciones sociales y comerciales más arraigadas. Y pocas, en el
imaginario colectivo, como las que producen los vendedores
ambulantes. Acabar con esta práctica comercial es, una más de las
puertas que se cierran para que la falta de uso de sus calles y
plazas sea la puerta que se abre para el abandono.
Los escasos vendedores
que hoy han acudido al mercadillo de la calle Río Tíber se merecen
respeto y apoyo. Se merecen algo mejor que ver sus puestos
desangelados, fríos.
Vale.
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