sábado, 6 de octubre de 2012

Cáceres, cerrado por falta de uso (VII)


Las ciudades no son solamente edificios y calles o plazas, son, sobre todo, las personas y sus actividades, sus relaciones personales y comerciales, su trabajo, cuando lo tienen. Y si una ciudad camina hacia su inanidad, la desaparición de relaciones comerciales, de trabajo, son un síntoma claro.
Recientemente, en #Cáceres se ha producido el traslado del mercadillo de venta ambulante dese Ronda de la Pizarra hasta la urbanización Vegas del Mocho. Desde una vía urbana consolidada hasta un conjunto de calles de un sector de suelo urbanización pero sin desarrollar, víctima de la crisis inmobiliaria. Cuando hace ya años se produjo un traslado desde Camino Llano a la Ronda de la Pizarra, los vendedores ambulantes, un buen número de puestos de trabajo, pensaban que el llamado “mercado franco” tenía los días contados. Sin embargo, enseguida se afianzó en su nueva ubicación. Con el tiempo, un grupo de vecinos, ha ido planteando sucesivas quejas por las molestias, un día a la semana, que causa la llegada de los vehículos de los vendedores, la descarga de mercancías, la colocación de los puestos... sin éxito. Hasta que dieron con la excusa perfecta: la seguridad. Y con esa excusa consiguieron que se produjera un nuevo traslado.

Las informaciones que se vienen produciendo acerca de un declive progresivo y acelerado del mercado franco en Vegas del Mocho se unieron, al poco, con la puesta en marcha de un mercado de venta ambulante privado en un polígono industrial.
La realidad, por otra parte, parecer que va siendo otra: las ventas del mercado franco, del mercadillo de los miércoles disminuyen a marchas forzadas, al igual que la ausencia de vendedores. Para algunos, el mercadillo va teniendo los miércoles contados.
La realidad, también, es que el mercado ambulante privado de los sábados no termina de producir los efectos deseados: los vendedores no obtienen los beneficios necesarios y los precios por asentamiento se comen esos beneficios. La rentabilidad para los vendedores, para la mayoría de ellos, es inexistente y rehúyen acudir.
Los sábados, desde hace muchos años, se ha venido celebrando un mercadillo en Aldea Moret, en la calle Río Tíber, que, en sus buenos años, llegó a alcanzar los 50 ó 60 puestos. De ese mercadillo hoy son escasamente entre 10 y 12 los vendedores que instalan sus tenderetes. La mitad de frutas y verduras, el resto, calzado, textil, un puesto de bisutería y uno de alimentación. Son vendedores que tienen clientela fija en el entorno de esa calle.
La venta ambulante, en una región tan dispersa como Extremadura, ha sido siempre un buen nicho de puestos de trabajo. Que la segunda ciudad de la región termine por no acoger el mercadillo de los miércoles supondrá un durro golpe, ya lo está siendo, para un buen número de autónomos.
El traslado del mercadillo desde la Ronda de la Pizarra hasta las Vegas del Mocho se ha demostrado un fracaso. Los responsables de ese traslado deberían analizar alternativas para que la venta ambulante, que ofrece a los consumidores precios muy asequibles (de ahí su éxito cuando no es yugulado) no desaparezca de la ciudad. Y para que los puestos de trabajo que genera no se terminen, como otros muchos, perdiendo cuando la inoperancia de las decisiones políticos los cercena.
Visitando el mercadillo de Aldea Moret, mejor dicho, los 12 puestos que había, colocados como setas dispersas donde antes había 50 o más, el análisis de la geografía urbana permite adoptar muchas soluciones. Las quejas, los lamentos de los escasos vendedores que hoy habían acudido a la calle Río Tíber, requieren una escucha activa y proactiva por parte de un Ayuntamiento ausente de la búsqueda de soluciones para el desarrollo de la ciudad.
Claro que hay soluciones y variadas. La primera, buscar una ubicación mejor para el mercadillo, para ayudar a un buen número de trabajadores, los vendedores ambulantes, y, la segunda, para ayudar a que los precios de productos básicos, frutas, hortalizas, y otros muchos que se ofrecen en este tipo de mercados sean asequibles para muchos ciudadanos.
Y caben alternativas, muchas y variadas, pero estas alternativas, al menos ahora, deben ser ofrecidas por los responsables políticos, escuchando a vendedores ambulantes, vecinos y consumidores en general. Pero una de esas alternativas puede concluir con un mercadillo semanal, los sábados, de antigüedades, arte, libros... en la Plaza Mayor.
Una ciudad también termina muriendo, cerrándose, cuando cierra las puertas a la relaciones sociales y comerciales más arraigadas. Y pocas, en el imaginario colectivo, como las que producen los vendedores ambulantes. Acabar con esta práctica comercial es, una más de las puertas que se cierran para que la falta de uso de sus calles y plazas sea la puerta que se abre para el abandono.

Los escasos vendedores que hoy han acudido al mercadillo de la calle Río Tíber se merecen respeto y apoyo. Se merecen algo mejor que ver sus puestos desangelados, fríos.
Vale.

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