sábado, 27 de octubre de 2012

Cáceres, cerrado por falta de uso (X)



Cuando inicié esta serie de posts partía de la dejación pública que supone la existencia de edificios, notables en cuanto a tamaño y en cuanto a posibilidades de utilización, pero el conocimiento de la ciudad, desde el punto de vista que un ciudadano cualquiera puede tener, me está llevando a una desagradable conclusión. Los edificios públicos cerrados por falta de uso evidencia la inexistencia de capacidad de gestión, de capacidad de generación de iniciativas, de una parálisis de las instituciones públicas y de quienes los gobiernan, que no serían, en modo alguno, tolerables por una sociedad mínimamente cohesionada y crítica. Una ciudad gobernada por gentes, la derecha rancia del Partido Popular, que recuerdan a aquellos versos de Machado retratando el viejo casino provinciano, “el pasado efímero”
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.
En la ciudad de Cáceres no existe una sociedad civil crítica, en ningún campo: la universidad vive de espaldas a ella (y/o viceversa), los colectivos sociales están desunidos por un egoismo excluyente, la cultura (si es que la hubiera) se mueve por camarillas que tienen más de sociedades secretas o mafiosas que de componentes culturales.

Esta ciudad, incapaz de sentirse impelida a actuar, a ser activa y proactiva, es una ciudad de espectadores, en los que unos, muy pocos actúan, los demás, como jubilados, miran y cuando se acaba la procesión, cada mochuelo a su olivo.
Por eso, mientras las administraciones públicas malversan por falta de uso el patrimonio público, aumentan sin descanso los edificios privados sin uso. Cerrados por falta de uso. La crisis económica ha supuesto para muchos empresarios el final de sus negocios. Para otros, la crisis ha querido verse como el elemento necesario para hacer negocio. Para hacer caja. Pero ni unos ni otros han calculado la profundidad “sistémica” de la situación económica.


En un espacio tan pequeño como el que se aprecia en las imagenes áreas o en la imagen catastral que ilustran este post, con bastantes los edificios completos cerrados por falta de uso. A ellos hay que añadir locales comerciales cerrados, sin perspectivas de nuevos usos, sin “emprendedores” que puedan estar interesados en reactivar la zona.
Subiendo desde la Plaza de La Concepción (en este blog, el 21 de octubre de 2012) por la calle de Moret nos encontramos, justo en la salida de dicha plaza un edificio que en su planta baja albergó una tienda de chacinas, y tres plantas de viviendas. La fachada, que pudiera ser de comienzos del siglo XX, y, sobre todo, la fachada de la tienda de tocinos, va aumentando su deterioro visual, y el lugar en el que se encuentra ubicada, frente al Palacio de la Isla, aumenta, también, el deterioro visual de la ciudad. En la calle de Moret, siguiendo varios locales comerciales cerrados, en traspaso desde hace tiempo, nos encontramos, ya casi a su final, un pequeño edificio, igualmente cerrado, que fue la tienda de confecciones Merchán, que, desde hace años tiene el acceso tapiado, el escaparate con múltiples capas de afiches, carteles, anuncios de todo tipo, y los balcones que han debido ser reparados por peligros de desprendimiento.

En el recodo que la calle de Moret hace para encontrarse con la de Pintores, se encuentra un edificio, también en el tráfico inmobiliario, con una superficie construida de 804 m2 y cuyo último uso fue el de tienda de ropa de moda, aunque para la memoria cacereña, en su planta baja se encontraba la ferretería de los Sobrino (Sobrinos de Gabino Diez), que sustentaba una fuerte competencia con la ferretería de Abad, que estaba donde ahora se encuentra el restaurante El Asador y al lado del Horno de San Fernando.
Frente a la antigua Ferretería de los Sobrinos, ya en la calle de Pintores, desapareció hace unos años la farmacia “del Cura” por traslado a otra zona con más población de la ciudad. El edificio entero, cuyas plantas ya estaban sin uso cuando la farmacia estaba aún en él, también se ha incorporado al tráfico inmobiliario. Tráfico totalmente inmovilizado por una crisis tan profunda como imposible de predecir en qué derivará ni siquiera en el corto plazo de un día.

Bajando por la calle de Pintores hacia la Plaza Mayor seguimos viendo algún local vacío, en alquiler, hasta llegar a lo que recientemente ha sido un edificio, completo, utilizado por una franquicia del grupo Zara. 


Vacío el edificio desde hace más de un año, algunos cacereños, con la reforma que la citada franquicia le hizo, no recordarán de cuál es, pero si nos acercamos al mes de enero y lo vemos lleno de maletas y el cartel de cerrado por inventario, sabremos que era uno de los edificios que una conocida familia tenía bajo el nombre comercial de El Siglo. De aquellos locales comerciales ya no queda ninguno (ni el de García Plata de Osma, frente a Fátima, ni el de Cánovas, hoy una franquicia de perfumerías, ni el de Pintores, cerrado, ni el de Moret, cerrado, ni el de Plaza de la Concepción, también cerrado).
Siguiendo Pintores hacia la Plaza Mayor se encuentra otro edificio, que fue sede reciente de una franquicia y que, cerrado, su propietario, con la finalidad de que el mercado se fijara en él, lo cedió para que una asociación de artistas expusiera su obra. La iniciativa, efímera y breve, mereció, incluso, su reflejo en la prensa local. Sin embargo, no ha vuelto a repetirse.

Para cerrar el triángulo de calles hacia la Plaza de la Concepción, donde comenzaba el recorrido de este post, pasamos desde Pintores por la calle de Paneras. Un vial típico, estrecho, pero que es el acceso peatonal por el que mayor número de visitas de turistas llegan a la Plaza Mayor, y cuyo deterioro, unido a la escasa calidad de sus edificios, refleja una imagen de la ciudad poco agradecida.
Vale.

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