La llegada de la derecha
al poder primero en la Generalitat catalana y luego en el Gobierno de
España, en una situación de fuerte crisis económica, ha puesto de
manifiesto algunas cuestiones que muchos hemos creído siempre que
eran el fluido viscoso que corre entre las venas de los más
conspicuos reaccionarios y une sus intereses en contra de los demás.
La primera de esas cuestiones ha sido la destrucción del mito de que
la derecha gestiona mejor. Ese mito se desmonta solo, cae solo cuando
la incompetencia y la incapacidad de la derecha catalana, en
apariencia civilizada, y la derecha rancia y grosera del Partido
Popular, nos hacen ver un día sí y otro también que no tienen ni
la más remota idea de cómo resolver la crisis. Para ellos,
gestionar bien es guardar bien las riquezas que les son propias y de
sus iguales y conmilitones, a costa de hundir los escasos recursos de
la mayoría de los ciudadanos.
La segunda, en la que
ahora estamos, es que la derecha, la catalana, la vasca, la española,
recurre, cuando la incompetencia para gobernar les supera, a
envolverse en las banderas para ocultar sus miserias y tapar las
miserias que con esas banderas reparten entre los trabajadores, entre
los ciudadanos en general.
La película que ahora
interpretan un impotente Mariano Rajoy, de quien a mi lado dicen que
le faltan uno o dos hervores, y un engallado Artur Mas, cantando en
Liceo saqueado por su partido, es la de tirarse los trastos a la
cabeza para demostrar quién es más nacionalista, quien la tiene más
grande... la bandera.
Las banderas que estos
dos aspirantes a nada y aprendices de menos utilizan tapan sus
incapacidades, les sirven de barricadas cuando no saben qué hacer,
no saben cómo es aquello de gobernar. Y son esas banderas, la
catalana y la española, las que sus voceros, lenguaraces lameculos,
vocingleros a sueldo, escribas de la baba, airean todos los días, a
todas horas por tierra, mar y aire para que los trabajadores, los
ciudadanos, nos peleemos por algo que ni nos va ni nos viene.
Ahora, cuando la derecha,
esa derecha que se pone las banderas de camisón para dormir, ha
conseguido laminar de modo inmisericorde el estado del bienestar, nos
pretender hacer creer que todos es por culpa de una tela de colores.
Ahora, cuando la derecha,
esa derecha que lleva la bandera en la cartera, en la chequera, en la
visa oro (y muchas veces, con cargo a dinero público), ha conseguido
que los derechos de los trabajadores desaparezcan, nos pretenden
engañar para que pensemos que el mástil es el problema.
Ahora, cuando la derecha,
esa derecha que nunca ha condenado la dictadura fascista de Franco,
está realizando un brutal ajuste de cuentas con las conquistas
sociales, pretenden decirnos que hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades.
Métanse las banderas
donde les quepan, señores Rajoy y Mas, pero hagánselo mutuamente y
dejen de asutarnos con ellas.
También es verdad que
Rajoy y Mas han recibido un mandato de las urnas... pero hay que
recordar que Hitler llegó al poder mediante el voto.
Las banderas no pueden
tapar la miseria.
Las banderas no son las
que se confrontan en esta brutal crisis económica a la que nos ha
traído el capitalismo salvaje disfrazado de una nueva / vieja
ideología liberal. El neoliberalismo, cuando ha alcanzado su meta ha
demostrado que no es otra cosa que el viejo fascismo cubierto de
billetes de banco.
Las banderas no luchan,
no hay lucha de banderas ni de territorios. Es tiempo de lucha de
clases, porque, es la verdad, es la bandera del trabajo y la
solidaridad, la que nos une en la lucha. Con tu quiero y mi puedo,
decía Luis Pastor, vamos juntos compañero.
Vale.
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