El conocido gurú periodístico local, J.R. Alonso señala en su artículo dominical que Cáceres, tras el cierre del Gran Café, es la única ciudad que carece de un café de referencia. Muchas veces, el gurú de la “ciudad feliz” o de la “generación womad” acierta en sus reflexiones sobre la ciudad, sobre todo, porque el provincianismo es un modo de ser y estar inmutable en el tiempo y perceptible a simple vista.
Pero es ese provincianismo el que mejor define la “sensible pérdida”. En realidad, el periodista no echa en falta un café emblemático, sino que la nostalgia le puede y echa de menos ese punto de reunión caciquil que en su día fueron los casinos y que después fueron las cafeterías. La de Jamec, en Pintores, por ejemplo, era emblemática por su situación, por su tamaño y porque los señoritos viejos verdes se sentaban en las mesas junto al ventanal para ver pasar a las niñas de La Laboral. Eso era lo emblemático.
El Gran Café ha sido novelado, sí. Ha sido emblemático, sí. Pero entre sus paredes nunca ha sucedido algo que no fueran negocios sociales y económicos de la burguesía.
Cuando en una capital provinciana se echa en falta algo como el Gran Café, es la burguesía local la que lo nota. Y los arribistas, los aspirantes a ser burgueses dignos de que sentados en una mesa, casi de rincón, sean objeto de miradas envidiosas y deseosas de saber qué clase de negocio manejan.
Yo no lamento la pérdida del Gran Café si no es por los puestos de trabajo que cierra. Y, dicho esto, desearía que fuera verdad, que no lo va a ser, que en ese local abrieran un chino. Sería el final de la ballena engullidora que está arrasando con el “comercio tradicional”, ese comercio tan tradicional que ha sido heredado de padres a hijos, pero que los hijos, más interesados en la mesa “medio de rincón” del Gran Café, no han sabido mantener.
Vale.
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