martes, 22 de marzo de 2011

No a la guerra, no a las guerras

“Todas las guerras son crueles, pero las guerras civiles lo son aún más”.
Ahora que Naciones Unidas ha decidido intervenir ante la represión llevada a cabo por Gadafi contra el pueblo libio, conviene hacer alguna matización. La primera, y fundamental, que cualquier guerra es un fracaso del hombre.
La segunda matización es que no existen guerras ni santas ni paganas, ni justas ni injustas. En todo caso, existen, por su extensión, guerras totales y guerras limitadas. Pero todo conflicto en el que las armas sustituyen a las palabras es una tremenda derrota de los hombres.
Dicho esto, la realidad, tozuda, nos demuestra que sabiendo que las guerras son crueles, que los conflictos armados comienzan pero nunca se sabe cuándo ni cómo acaban, aunque las estrategias prevean elementos limitados, debemos conocer cómo afrontar estas situaciones.
Ahora, la comunidad internacional (entendida como conjunto, no como suma) ha decidido una intervención militar limitada sobre el régimen de Gadafi. Limitada a la exclusión aérea para tratar de eliminar la capacidad represora del coronel libio y al embargo de armas (para que no pueda comprar más). La exclusión aérea se ha impuesto por la capacidad superior de la fuerza aérea norteamericana y el embargo se impone por mar con navíos de diversos países. La Resolución de la ONU no avala ningún tipo de invasión terrestre.
En este contexto, los pacifistas (utópicos, pero necesarios, muy necesarios) siguen gritando “no a la guerra”, el mismo grito que la derechona mediática recrimina tanto al partido en el gobierno como a todos aquellos que apoyaron las manifestaciones en contra de la decisión de Aznar en apoyo de su amigo Bush. No se trata de igualar, ni mucho menos, la nobleza (y un punto de ingenuidad utópica) pacifista, las dos versiones del “no a la guerra”, pero si constatar que el mismo grito aparece en dos puntos distintos, opuestos, del espectro sociológico.
En lo real, en los hechos que tenemos delante, en la resolución de la ONU (http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=s/res/1973%20(2011)) encontramos la legitimidad internacional para la intervención, algo que en 2003 no existió. En ese año, a nivel nacional, Aznar atentó contra la constitución ante la pasividad (omisión de su deber) de los jueces del Tribunal supremo.
Ahora, la resolución de la ONU faculta para intervenir. Y en esa resolución se apoya la decisión del gobierno de contribuir, con otros países, a hacer cumplirla. Otra cosa es que la resolución haya llegado tarde, sea suficiente o insuficiente.
Vale.

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