viernes, 22 de abril de 2011

El frío no existe, es la ausencia de calor.

La máxima que titula este post no sé si será cierta o no, pero ayuda en muchas ocasiones a entender algunas cuestiones. Decía León Felipe que “para enterrar a los muertos, cualquiera vale, cualquiera, menos un sepulturero”.
En estos tiempos convulsos, en los que una crisis del modelo capitalista está fagocitando con fuerza cualquier posibilidad de resolverla si no es ahondando más en la brecha económica, que beneficia exclusivamente a los poderosos, la realidad nos está llevando a una situación en la que cualquier mercancía es buena para obtener beneficios, para engordar la cuenta de resultados.
También sucede en el campo de las ideas políticas y en la puesta en práctica de esas ideas. Los valores estables ya no sirven si no cotizan en bolsa: la razón, el criterio, la verdad... ya no sirven si no se traducen en beneficios económicos.
Las empresas que tienen negocios editoriales y de prensa (en cualquier soporte) anteponen la obtención de beneficios a cualquier cosa. Incluida la verdad. Algunas actúan con vehemencia y griterío, como el Grupo Intereconomía (con accionistas que pagaron el tamayazo), y que la Federación de Asociaciones de la Prensa consideran que no actúa conforme a los criterios éticos del periodismo, como si tal cosa existiera.
Otras, como el Grupo Vocento, heredero natural e ideológico de la Editorial Católica, considera que la verdad no existe, que es un instrumento al servicio de la contabilidad empresarial. Pero no grita como Intereconomía, sino que va distribuyendo por sus medios determinados argumentarios para extenderlos por el territorio, como si de una invasión militar se tratara. Ocupar el territorio para someter a los enemigos y favorecer a los amigos siempre le ha ido bien a la burguesía de Neguri.
En esta sibilina actuación del grupo Vocento nos encontramos ayer, 21 de abril, con un artículo en el Diario Las Provincias, cuyo arranque no puede ser más demoledor como declaración de principios: “La Justicia es demasiado importante como para que solo sepan de ella los jueces”. Esta afirmación ilustra la opinión sobre el asunto Troitiño. Aunque cita lo sucedido en su día con Josu Ternera, y la crítica a la Justicia pudiera entenderse razonable, no deja de ser curioso que un medio de comunicación afirme, sin pestañear, lo que dice el autor del artículo en su arranque.
En estos tiempos convulsos en los que el capitalismo salvaje sigue campando a sus anchas, cabe decir, sin pestañear: “La verdad es demasiado importante como para que solo sepan de ella los periodistas”. Porque dejar la verdad en manos de los periodistas es asumir que la verdad será ensuciada con la tinta con la que los dueños de los periódicos imprimen sus cuentas de resultados.
Claro que la Justicia debe estar en manos de los jueces y sólo de los jueces. Porque, al final, lo que el artículo en cuestión hace es justificar, por la vía de la omisión, la actuación de Trillo en el tema Troitiño.
¿Acaso cree el periodista que él lo haría mejor que los jueces? ¿Acaso afirma el periodista que él siempre dice la verdad cuando la verdad que pregona es la que le interesa a quien le paga?
Estamos muy acostumbrados a saber más que los demás. Y a demostrarlo día a día. Pero no es lo mismo lo que un ciudadano cualquiera diga en la barra de un bar, que lo que un medio de comunicación publique. El ciudadano, allá él con sus cosas. El medio de comunicación publica lo que le parece bien a la empresa, si eso produce beneficios. El periodista, simplemente, porque le pagan. La verdad, la realidad, el criterio, la razón... si caen del lado de lo que escribe o dice, bien. Si no, qué más da, lo que importa es el dinero.
Vale.

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