Cuando se tiene ocasión de leer los periódicos y gacetillas locales de comienzos del siglo XX (en las bibliotecas públicas están muchos de ellos digitalizados y accesibles desde internet), siempre aparecen las referencias a las fuerzas vivas (militares, curas, prósperos comerciantes, boticarios...) y siempre parece que hablamos de un pasado muerto y enterrado. Pero no es verdad.
Los falsos ateneos (en contraposición a los ateneos obreros y universidades populares nacidos desde el incipiente sindicalismo de clase), los círculos de artesanos, los casinos provincianos a los que tan acertadamente se refería Machado, se reproducen en estos tiempos de globalización, de redes sociales, de comunicación e información al instante.
Viendo diariamente los medios de comunicación, escritos y digitales, televisiones locales, aquellos casinos provincianos y círculos de rebotica se repiten, clonados, en camarillas de artistas y pseudoartistas, de intelectuales y de cofrades de la cultura cerrada (de la no-cultura, por tanto).
Camarillas que se cierran como caparazones de tortuga cuando encuentran una presa, ya sea un ayuntamiento que encarga miserables actos que tiñe de culturales para mayor gloria de alcaldes y concejales, u otros organismos (diputaciones, comunidades autónomas) que pretenden difundir las bondades del cargo de turno y, sobre todo, otorgarse esos cargos una pátina cultural de la que carece y carecerá.
Ser amigo (con la frivolización del término por su abuso en redes sociales) de artistas creen algunos que los convierte a ellos mismos en intelectuales, cuando no tienen criterio alguno de selección de qué es un artista (pintor, escultor, escritor...) y en la mayoría de los casos son, al final, artistas multidiversos, que han elevado a esa categoría aquel dicho de aprendiz de mucho, maestro de nada.
Esas camarillas se mueven por los ambientes de las capitales provincianas en espacios físicos cerrados, encerrados entre ellos mismos, formando círculos de rebotica, de trastienda, que fagocitan todo aquello que tocan, y cuando un espacio físico está acabado porque los gusanos han agotado todas las salitres que brotan de las paredes, se desplazan a otro. En esos trayectos se desprenden de los menos afectos y van captando a otros deportados de otras camadas, de otras camarillas.
Son instrumentos de autodefensa de grupos cuyos individuos, autodefinidos como artistas, es imposible que puedan vivir fuera, en un paisaje que se les antoja desolador, hostil, que no comprende su creatividad. En realidad son falsos creadores cuya comprensión de la realidad se paró en el mismo momento en que pensaron que su integración en el grupo les haría crecer, y solamente han conseguido hacer crecer un ego sobre un montón de escombros.
Esas camarillas locales, que proliferan en todas las aldeas provincianas, son las que yugulan, de verdad, el crecimiento y el desarrollo cultural de las ciudades, de las pequeñas ciudades.
En estos tiempos convulsos, en los que el ultraliberalismo económico está dejando asentarse al fascismo político que pareció haber desaparecido, esas camarillas locales son, en muchos casos, la coartada a través de las que las doctrinas políticas imperantes anidan, como serpientes, al acecho de alcanzar el poder absoluto.
No son artistas, en realidad, y, aunque se creen y les hacen creerse ídolos, ni siquiera han pisado el barro sobre el que señalar las huellas de sus pies.
Vale.
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